Los pobres pueblos inundados de siempre (opinión)
Al agua le gustan las casas de los pobres. Se les mete sin avisar y va anegando todo, ‘sus cositas’. Es la inundación periódica, la anual, la de hace un siglo, la legendaria, la de siempre. Y cuando el agua llega, inunda y pasa, deja a los pobres más pobres. Porque todo queda sumergido, ahogado: toda la casa con sus cimientos, enseres, colchones y electrodomésticos, y la parcela con sus cultivos de pancoger, de rebusque.
Y el agua, además de traer humedad, también trae culebras, sapos, ciempiés y demás sabandijas que conviven en ella y con ella. Y, además de romper la rutina, de crear zozobra y agudizar la pobreza, trae enfermedades mortales como el dengue, que acecha a los más débiles.
En el Caribe, los pobres y, en general, todos sus habitantes, cuando aprieta el invierno, están habituados, resignados a las inundaciones que ocasionan los desbordes de los ríos Magdalena, Cauca y Sinú, así como a las salidas de madre de riachuelos, lagunas, lagos y arroyos. Es una resignación mítica, supersticiosa, religiosa, que los empobrece más. Porque resignados ante el ‘castigo de Dios’, no actúan, viven paralizados espiritualmente, mentalmente.
Pero las inundaciones, el agua ese que se mete sobre todo en la casa de los pobres del Caribe sin pedir permiso, no son un ‘castigo de Dios’, a pesar de ser obra de la naturaleza. Y como obra periódica de la naturaleza puede ser estudiada, aprendida y, seguro, manejada. Aquí entra en juego el hombre, especialmente el que gobierna, el que toma decisiones, el que maneja burocracia y presupuesto.
Y son estos hombres, finalmente, los responsables de que al agua le guste tanto las casas de los pobres. Porque, primero, el agua no tiene la culpa de que los pobres -por pobres a la fuerza, obligados por las circunstancias, por la falta de oportunidades y, en no pocos casos, por pobres de espíritu- se vean empujados por la vida, por la sobrevivencia a asentarse y construir sus casas en los terrenos donde no construye más nadie, los suelos bajos, los riesgosos, los que están cerca de las orillas de todas las corrientes y aguas acumuladas.
Y de esto son responsables los que gobiernan, los políticos. Pero, transformados en politiqueros, en políticos mentirosos, le echan la culpa al invierno, a la ‘madre naturaleza’, a la falta de presupuesto, al centralismo, en fin, a los cachacos. Y claro, también los gobernados son responsables de su suerte, de su destino, porque no les exigen que gobiernen a favor de ellos. Al contrario, uno de los mejores medios que tienen para exigirles, para controlarlos, el voto, se los regalan por un mercado, unas tejas o unos pocos pesos.
Aunque es cierto que hay ocasiones en las que el invierno tiene embates imprevistos, intensidades abrumadoras que sobrepasan las previsiones y los registros históricos, en Colombia, en el Caribe, nunca nos preparamos ni para el invierno normal, el corriente, porque siempre el agua, a la que le gusta la casa de los pobres, termina anegando, invadiendo, la casa de los pobres.
Los que gobiernan –sobre todo a los pueblos ribereños- no construyen las obras de ingeniería que se requieren para que los pobres no sufran el embate periódico de las aguas salidas de madre. Con estas obras, ellos tendrían la oportunidad de gobernar también sobre las aguas, pero no lo hacen porque son mequetrefes encaramados en el poder gracias a la astucia y a otras artes menores, pusilánimes de la vida, sin grandeza ni coraje ni voluntad de servir. Mezquinos, dejan las aguas correr y, cuando se acercan las jornadas electorales, literalmente, pescan en río revuelto, engatusan, embaucan a los pobres, que, por lo general, no tienen memoria.
Y sobreaguando en el cinismo, ante semejante tragedia, como lo es una inundación, los que gobiernan se limitan a socorrer a los pobres con mercados y unas cuantas colchonetas. O prendiendo una motobomba por aquí, o albergando por allá algunas familias desesperadas en plazas o patios y salones de escuelas, a las que los niños dejan de ir.
Cuando las fuerzas del clima se equilibran y las aguas se retiran, vuelven a sus cauces, el sol resplandece en el cielo y a todos se les olvida que los que gobiernan tuvieron una enorme responsabilidad en la tragedia.
Pero, solo el día que aprendamos de la experiencia, de los libros, de Internet, dejaremos atrás el analfabetismo político, abandonaremos la viveza solitaria y nos organizaremos como comunidad; así elevaremos nuestra autoestima, el amor propio y con una dignidad sólida, de pueblo grande, de pueblo que exige respeto, saldremos a exigirles con determinación a los que gobiernan, que las aguas no se metan más a la casa de los pobres.
Publicado originalmente el 16 de mayo de 2011
Comentarios
Publicar un comentario
Sus comentarios son valiosos para mi.