Breve estampa del picó en el Caribe colombiano
En
Barranquilla, durante décadas los
festejos populares se amenizaron por verdaderos escaparates de sonido. A continuación aparecen algunas explicaciones a un fenómeno singular. El lugar del picó en la cultura barranquillera. Los célebres duelos entre picós de Barranquilla y Cartagena. Estado actual de este fenómeno
de la cultura popular.
Donaldo Donado Viloria
En las barriadas indómitas
del sur de Barranquilla, desde los años cuarenta las fiestas callejeras son
amenizadas por esos portentosos y potentes equipos de sonidos llamados pick up, pero nombrados popularmente
como picó. Dice la leyenda que la música emitida por estos aparatos ha retumbado con tanta potencia, que hasta derribaron varias casas, cuartearon las paredes
de decenas de edificaciones, rompieron innumerables vidrios de ventanas y
dejaron sorda a media Barranquilla.
Esta ciudad ha desarrollado
una magnífica tradición: el bailador silvestre. Solitario o en pareja, el
barranquillero tienen como máxima diversión bailar la música de moda, por lo
general ritmos antillanos o autóctonos, hasta en el fragor de 40 grados
centígrados a la sombra en bailes populares o verbenas de carnaval, o bajo el
aire fresco de la noche cuando se trata de domésticas fiestas familiares como
cumpleaños, bautizos, graduaciones, matrimonios o sin motivo aparente.
Bailar es muy importante
allí. Sobre todo para conocer amigos, exhibirse, enamorar o seducir. Esa
vocación o forma de ser reclamó la aparición de este aparato reproductor y
amplificador de música.
Antaño consistía en una
tornamesa o tocadiscos simple, decorado con espejos, pinturas de colorines,
calcomanías, luces intermitentes, figuras talladas y otros adornos en los que
se reflejan la personalidad, gusto y estilo del propietario. Sus visceras
electrónicas fueron el resultado de la experimentación de técnicos empíricos,
quienes transformaron los radios de tubos, ortofónicas, radiolas, victrolas y
otros amplificadores de sonido fabricados por casas estadounidenses, en
artesanales emisoras ambulantes que más
tarde serían el alma de la fiesta callejera en casi todo el Caribe colombiano.
La mayoría de los picós
contaban con tubos de diferentes tamaños. El número y el tamaño de estas
cápsulas de vidrio con luz fosforescente en su interior, en última instancia,
determinaban la potencia, el poder y la fama de cada picó. Era tanto el voltaje
que generaban durante sus actuaciones, que para evitar el incendio del aparato
se necesitaban de dos o tres ventiladores domésticos para refrescar estas
calderas musicales.
Desde esta potente
“máquina”, el “picotero”, hoy llamado discjockey,
programa con gusto, audacia y autonomía, música para el alma, el oído y el
cuerpo de bailadores y verbeneros en general.
El sonido era emitido con
estridencia desde unos bafles pequeños o columnas de 50 centímetros de
alto por 30 de ancho; otros medianos y el bafle mayor que llegaba a medir hasta
2,20 metros
de alto por 2,0 metros
de ancho, es decir, del tamaño de un viejo escaparate de ropa. En su interior
bramaban dos o tres parlantes de 18 pulgadas de diámetro que lanzaban música
nítida arriba de los 120 decibeles. A este equipamiento lo acompañaba un
desportillado baúl cargado de decenas de discos de larga duración, por lo que
la artillería de cada picó necesitaba, como cualquier andamiaje de circo, de
los brazos de varios hombres, palancas de acero, terraplenes y rodajas, para
transportarlo de su sede habitual a los diversos lugares de trabajo.
Este huracán de música se
escuchaba más allá de cinco kilómetros a la redonda. Por lo tanto, la noche de
baile o verbena, nadie dormía en el barrio. Este volumen desbocado fue el
resultado de una competencia creciente entre los dueños de los diferentes
picós, con la anuencia de los bailadores y público en general, en búsqueda de
respaldo, pretigio y jugosos contratos con los porfiados organizadores de
bailes.
Sin embargo, la competencia
no se limitó a la mayor estridencia del sonido y al tamaño descomunal, sino a
la mejor nitidez posible entre tanta desmesura, y también a los éxitos
musicales que lograra imponer con exclusividad, ya que los “picoteros” se daban
el lujo de importar discos de larga duración desde el rosario de islas de las
Antillas y hasta del África, pasando por Nueva York.
En la década de los setenta,
los años dorados del picó barranquillero, los nombres más famosos fueron: El
Isleño, El Rojo, El Koreano, El Timbalero, El Gran Pijuán, El Sibanicú, El Gran
Torres, El Solista, El Gran Ché, El Gran Fidel, El Gran Watusi, Sabor Latino,
El Ídolo y El Cilindro, entre otros. Cada uno tuvo en la tela del bafle
principal una pintura al óleo con una figura alusiva al nombre del aparato.
Eran dibujos elementales pero cargados de emoción y fuerte colorido.
Orígenes
Parece incuestionable, según
especialistas, que el término picó venga de “pick up”, verbo inglés que
significa “recoger” o “tomar”. Los mismos norteamericanos fueron quienes le
dieron a esta palabra la acepción de “recoger” o “juntar” los sonidos.
En ciertas regiones de la Costa Caribe
colombiana -dijo el escritor David Sánchez Juliao en artículo publicado en el
Suplemento del Caribe del 16 de febrero de 1975- se le llamó picó desde un
principio a las recordadas victrolas, mas nunca a las pianolas mecanizadas con
cintas.
A mediados de siglo en otras
regiones de la Costa
como el Sinú, las gentes vieron la aparición de los primeros picós como una
manera de disfrutar música variada y barata, es decir, “una forma fácil y
asequible de tener muchas orquestas, que eran muy pocas y escasas, ya que los
‘sextetos’, bandas papayeras (grupos de instrumentos de viento llamados
“Chupacobres”) y conjuntos de música vallenata eran privilegio exclusivo de los
señores de mucha tierra en las parrandas”, sostiene Sánchez Juliao en el texto
mencionado.
Sin embargo, existen
diversas interpretaciones sobre la aparición y auge del picó en Barranquilla.
Una, defendida por el mismo Sánchez Juliao, sostiene que su desarrollo se dio
de forma paralela al de las casas disqueras. Estas tenían dos canales para
llegar a su mercado potencial: las emisoras de radio y los picó. Pero, sólo
había una forma de saber, para los posibles compradores, si el disco era bueno:
bailándolo. Y eso podía hacerse en los bailes populares o verbenas amenizadas
por los potentes picós, consideradas “las discotecas de los pobres”, que se
desataban no sólo en los días de carnaval, sino cada fin de semana en cualquier
calle de Barranquilla.
Además de las verbenas
también han existido en esta ciudad los salones, clubes sociales y casetas. Son
amplios sitios al aire libre, la mayor parte cubierta de vetustas mesas y
sillas de madera, encerrados en láminas de latón o tablas de madera sin
cepillar. Allí, cerca de la pista de baile, un playón de cemento rústico, se
ubicaba su majestad el picó más famoso. En muchas ocasiones él era el único rey
del baile; en otras, alternaba con agrupaciones en vivo, como una orquesta de
salsa o música tropical o un conjunto vallenato, que eran consideradas un
relleno en la programación bailable.
En estos lugares, donde se baila hasta que el
cuerpo aguante, una botella de licor cuesta diez veces menos que en una
refrigerada discoteca. “Es, en suma, un lugar para diversión de la masa, sin
ínfulas de exclusividad”, afirma Sánchez Juliao.
Por otro lado, el periodista
Álvaro Ruiz Hernández considera que el picó apareció primero que las casas
disqueras, y que éstas alimentaron sobre todo la programación de las estaciones
de radio. Este estudioso del tema, también cree que el surgimiento del picó es
autónomo, incluso anterior a las emisoras de radio. En el momento en que aparece
la radio en Colombia, precisamente en Barranquilla el 8 de diciembre de 1929,
los pocos picós que existían pierden su preeminencia ante el nuevo invento.
En los años treinta, la
primera década de la radio en Barranquilla, los nativos, siguiendo su vocación
ancestral, bailaban al son de la música que esta difundía los fines de semana
hasta la una o dos de la madrugada.
Décadas más adelante, el
picó tomó prestado diversos recursos de la cultura de la radio barranquillera,
como la presentación grandilocuente de las canciones, la adquisición con
carácter exclusivo de algunos discos importados por comerciantes locales o
comprados a marineros extranjeros en el puerto local, y la propaganda de sus
propios atributos o características.
A mediados de los años
cincuenta la música que se bailaba en bailes y salones eran las canciones
grabadas de la Sonora Matancera
y de la Billos Caracas
Boys. Además del merecumbé de Pacho Galán y de los porros de Lucho Bermúdez,
destacaban los Corraleros de Majagual, la orquesta de Rufo Garrido, Sonora
Cordobesa, Orquesta Número Uno y Aníbal Velásquez, entre otras agrupaciones.
Pero, al mismo tiempo, el gusto del bailador barranquillero se
nutría con la salsa neoyorquina y puertorriqueña de finales de los sesenta y
todos los setenta. En ese entonces, los picó de Barranquilla tenían la virtud
de estrenar casi simultáneamente a su lanzamiento en Nueva York, los últimos
éxitos de Ricardo Ray y Bobby Cruz, Celia Cruz, Johnny Pacheco, Willie Colón,
de los hermanos Charlie y Eddy Palmieri, Héctor Lavoe, la Fania Old Star, Joe
Cuba, el Gran Combo de Puerto Rico, Joe Quijano, Tito Puente, Cheo Feliciano,
Ismael Rivera y otros monstruos de la salsa.
En los carnavales de 1974
empresarios locales contratan por primera vez a la Orquesta de Billos
Caracas para presentaciones en vivo en una de las casetas de la ciudad. Esta
irrupción de agrupaciones internacionales en vivo le quitó espacios al picó.
Sin embargo, este siguió mandando en los festejos populares de las barriadas
barranquilleras, donde tenían un público cautivo que no contaba con los medios
económicos para ingresar a bailar con la prestigiosa orquesta venezolana en
vivo.
No obstante, según Ruíz
Hernández la radio seguía marcando la pauta al picó. Incluso, sostiene, la radio en su
programación cotidiana a través de la propaganda de bailes y verbenas
-inicialmente gratuita y luego pagada- promocionaba el auge y vigencia del
picó.
Asimismo, locutores y
discjockey de emisoras intercambiaban discos con los “picoteros” o lanzadores
de música de los picó. En otro momento, los dueños de los picó contrataban los
servicios de un locutor estrella para que grabara una pauta publicitaria
exaltando las virtudes de su respectivo picó. Esta grabación, impresa luego en
acetato y conocida popularmente como “placa”, se difundía durante los bailes y
verbenas o en los momentos en los que el aparato sonaba en la puerta de la casa
del “picotero”, en jornadas de prueba o de
“calentamiento de motores”como autopromoción. Estas “placas”, por lo
general, se iniciaban con las palabras “Aquí suena...”.
Los duelos
Barranquilla siempre ha
mantenido una sana rivalidad con su vecina Cartagena de Indias. Entre los
habitantes de estas dos ciudades se ha presentado una curiosa, intensa y
divertida competencia en todos los planos de la actividad pública. El ámbito
del picó no fue la excepción.
Por lo tanto, Cartagena
también desarrolló su propia cultura del picó. Incluso, según varios analistas,
en muchas ocasiones, de los “picoteros” cartageneros surgieron ideas originales
e innovadoras con respecto a los adelantos de la técnica picotera, éxitos
musicales y estilo de baile. En fin, marcaron una tendencia, en ocasiones
imitada o repotenciada por los “picoteros” y bailadores barranquilleros.
En 1971, luego de una idea
surgida de la radio, se realizó el primer duelo entre picós de Barranquilla y
Cartagena. Estos encuentros consistían en poner a prueba, ante el público, la
potencia, calidad del sonido, repertorio musical y destreza del ‘picotero”. En
un instante los dos aparatos sonaban simultáneamente con la pretensión de que
el más potente ahogara el sonido del otro. El escenario de estas contiendas fue
por lo general un sitio conocido como el Bulevard de Las Palmas. Sin embargo,
la primera se cumplió en el salón Los Manguitos del barrio Las Nieves, entre El
Timbalero, de Barranquilla, y El Perro, de Cartagena.
Entonces no hubo un fallo
que señalara a un vencedor, porque la competencia terminó en bronca. En otra
ocasión, en una especie de lucha de relevos, cuenta Álvaro Ruiz Hernández,
entraron en duelo El Mayor, de Cartagena, haciendo pareja con El Ciclón, de la
misma ciudad, enfrentados a El Koreano, uno de los más famosos de Barranquilla.
¿Decadencia o transformación?
En estos momentos no existe
en Barranquilla un picó en el formato clásico. Es decir, desapareció la
tecnología del tubo que alimentaba las tornamesas o tocadiscos, dando paso a
las consolas construidas a partir de transistores y tecnología digital; los
vistosos y descomunales bafles de antaño fueron fraccionados en versátiles
bafles negros armados con enormes parlantes de alta potencia; incorporó la
tecnología del disco compacto a las consolas, lo que ha provocado un fuerte
desplazamiento del tradicional disco de
acetato; el sonido posee las ventajas del estéreo, es decir, múltiples canales
de salida; otra característica distintiva aparecida en los últimos cinco años
ha sido la inclusión de la parafernalia espectacular de la moderna discoteca en
el baile popular.
Por lo tanto, el picó de hoy
también presta el servicio de luces rutilantes de colores, esfera giratoria en
el centro de la pista, humo de artificio, mezclas de sonidos y karaoke. En fin,
la creación de un ambiente fuerte, hermético, que antes no se conocía en estos
ámbitos.
No obstante la adecuación
técnica y cultural a los tiempos actuales, el picó ha vivido un retroceso en
cuanto a su vigencia y cobertura por factores como un clima de inseguridad
pública que ha comenzado a asechar a su medio ecológico natural: la verbena o
baile callejero. En consecuencia, el bailador busca sitios más seguros como
tabernas, discotecas, festejos caseros, a cambio de exponerse a una riña
callejera entre pandillas juveniles, alevosos atracos en los alrededores de las
verbenas y otras agresiones posibles como ofensas verbales y el robo o
desvalijamiento de automóviles.
Otra razón que explica su
desplazamiento es la posibilidad que tienen los habitantes del Caribe
colombiano de declarar el estado de fiesta permanente en el centro de la sala
de sus residencias. Festejo hoy corriente al ritmo de un potente equipo de
sonido, por lo general de fabricación japonesa, adquirido silvestre en los
Sanandresitos de este mundo. Además, sin la exigencia de alimentar el aparato
musical y el baile con discos de última moda, porque con sólo sintonizar alguna
de las emisoras musicales de la banda FM, desde donde se divulgan lo más popular del hit parade
internacional en cuanto ha ritmos bailables se refiere, se desata para muchos
el frenesí.
De todos modos, en los sectores
populares de la ciudad muchos jóvenes mantienen viva una tradición que se ha
transformado o, en concepto de algunos, ha decaído por vientos arrasadores que
han comenzado a soplar en su contra, lo que tal vez recluirá en los abismos de la memoria una
manifestación singular del Caribe colombiano, donde varias generaciones de
parejas de bailadores se juraron amor eterno al son estrambótico de un aparato
fruto de la inventiva popular y la tecnología criolla al servicio de la
celebración de la vida.
Publicado en El
Periódico, de Cartagena, en abril de 1996.
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