Un edificio en el corredor de la muerte (opinión)
Cuando niño, caminar por el
andén del edificio de la Caja Agraria y mirar hacia arriba para ver sus pisos
superiores, era para mí sufrir una extraña sensación de vértigo, como si el
edificio se me fuera a venir encima.
Ahora, cuarenta años después,
mezquindades “progresistas”, ignorancias supinas acerca de su valor cultural y
arquitectónico, supuestas buenas intenciones y la extravagante
irresponsabilidad de carecer de memoria histórica, son las que se le han caído
encima a esta pobre edificación, que como un condenado a la pena máxima lo
tienen ya instalado en el macabro corredor de la muerte, a punto de ejecutarlo.
Los que estamos en contra de
su demolición, tenemos menos de un año para salvarlo. Un insensible juez
segundo administrativo dictó sentencia la semana pasada: la administración
distrital tiene siete meses para realizar todos los preparativos de su
ejecución. El distrito de Barranquilla ha pedido que le den cinco meses más. Es
decir, que Alex Char, que termina su mandato en siete meses, no quiere cargar
el resto de su vida con ese muerto.
Esta prominente y bella
edificación, que hace de altar del viejo Paseo Bolívar, es obra del reconocido
arquitecto Fernando Martínez Sanabria, inaugurada en 1965 en el mismo lugar
donde en 1951 fue demolido el edificio Palma, otra construcción de enorme valor
arquitectónico arrasada con la misma idea que está detrás del insistido
derrumbe de la Caja Agraria: ampliar el Paseo Bolívar hasta la avenida Olaya
Herrera.
Ahora, el edificio de la Caja
Agraria cae en desgracia el día en que a algunas autoridades municipales sin
sueños de grandeza, sin una visión futura de la ciudad, se les ocurre,
intolerantes, que la única manera de conectar espacialmente el Paseo Bolívar
con el olvidado río Magdalena era quitándolo del camino.
Aunque la idea de unir la
antigua Calle Ancha con el anchuroso Magdalena es muy interesante, no es la
única ni la mejor manera de hacerlo borrar de un soplo la Caja Agraria. Al
respecto, el arquitecto René García, lúcido, dice: “Revitalizar nuestros
centros históricos con actuaciones puntuales como la de la Plaza de la Aduana y
el Paseo Bolívar son buenas iniciativas, pero no a costa de destruir el
patrimonio sea de la época que sea. La propuesta urbanística de ampliar el
Paseo Bolívar hasta unirlo con la Plaza de la Aduana no deja de ser tentadora,
pero hay muchas maneras de hacerlo sin tumbar este edificio (Caja Agraria); la
integración del Paseo con la Aduana y el río Magdalena no es solo visual. La
gente lo considera un obstáculo principalmente visual, pero la configuración
curva del mismo Paseo hace que sus visuales sean fragmentadas, razón que
desmonta la teoría de la continuidad visual del Paseo hacia el río; además, el
pretexto, por parte de las autoridades de la ciudad, de darle uniformidad al
plan de renovación urbana del centro de Barranquilla, suena tan dogmático como
poco imaginativo”.
Hasta el momento, lo único que
ha impedido que los mercachifles del cemento y los depredadores del patrimonio
urbano se hayan alzado con este invaluable trofeo es su declaratoria, en 1995,
de Monumento Nacional, por parte del Consejo de
Monumentos Nacionales, máximo ente asesor del Ministerio de Cultura en
materia de patrimonio. También, el inclaudicable clamor de no pocos
barranquilleros insignes y anónimos.
Esta declaratoria ha tenido
que enfrentar incluso la oposición del anterior presidente de la república, de
quien se debía esperar que fuera el mayor defensor de lo que nos define como
colombianos, nuestra cultura; pero no; en uno de sus acostumbrados raptos de
soberbia, un día exigió la demolición de este Monumento Nacional.
De acuerdo con los expertos
del Consejo de Monumentos Nacionales, “entre las características más destacadas
del edificio está la composición de las plantas, que opta por un manejo muy
hábil de la penumbra y de la ventilación, la permanencia de elementos emblemáticos
como el juego geométrico del vestíbulo del primer piso o la solución técnica de
las fachadas oriental y sur, que responde a las fuertes condiciones climáticas
y de asoleación de la ciudad”.
Descripción que complementa el
arquitecto Ronald Orozco Consuegra: “El estilo moderno del edificio galardonado
hace juego con la época en la cual es concebido y con el lugar para el cual es
diseñado, desligándose un tanto del pensamiento radical moderno de arquitectura
repetible en cualquier lugar del mundo. Fernando Martínez marca sus ejes
compositivos respecto al Paseo Bolívar, la estatua de Bolívar y el río
Magdalena. Dichos ejes terminaron cumpliendo funciones tanto a nivel
compositivo como visual, integrándose directamente al diseño…”.
Sin más esperas, es imperativo
sacarlo del nefasto corredor de la muerte. Esta es una lucha por la defensa de
un valor que nos concierne a todos, incluso a los que están en contra. El
alcalde, como representante de todos, debería liderarla, primero, con la
impugnación del fallo del juez desalmado; segundo, dándole un nuevo significado
que sensibilice a la comunidad para que reconozca los valores del edificio y la
necesidad de mantener una memoria urbano-arquitectónica.
A continuación, se ha
planteado vincular la construcción a la nueva propuesta urbana de la ciudad,
dándole un uso nuevo, como podría ser el de destinarlo a la vivienda, lo que le
devolvería el carácter funcional, o como centro de un bello y majestuoso museo
de artes visuales del Caribe, por ejemplo, encabezado, a modo de tótem, por el
mural de Obregón.
Si, finalmente, el alcalde no
hace nada en contra de la funesta sentencia y no logramos salvarlo, todos los
involucrados en la promoción de esta ‘muerte simbólica’ adquirirían la innoble
condición de ‘asesinos culturales’.
Publicado originalmente el 22 de junio de 2011
Comentarios
Publicar un comentario
Sus comentarios son valiosos para mi.