Barranquilla… ¡Violenta! (opinión)

Ante un inminente e hipotético Congreso Nacional de Violentos de Colombia, los violentos de Barranquilla ya tendrían allí mucho que mostrar. Antes de pasar a describir las obras execrables que exhibirán en el stand de la ciudad, es necesario decir que llegarán a la sede del evento, seguramente Mapiripán o a un salón comunal del barrio La Sierra, de Medellín, bajo el ritmo atronador de un sórdido grupo de heavy metal. Antes, pensando con los lineamientos de un marketing del horror, dudarán entre dos lemas o frases de combate: “Del mejor vividero al mejor moridero del mundo”, o “Quien la vive (la violencia) es quien la sufre”.

En el esperpéntico estand destacarían:

El miedo: es su más oscura e infame conquista en las últimas dos décadas de guerra no declarada contra la ciudad. Los medios la llaman “el clima de inseguridad”, “la sensación de zozobra”, “el ambiente de intranquilidad”. A pesar de que el número de homicidios baja cada año, el 65% de los barranquilleros se siente inseguro en las calles y en sus casas, lo dice la encuesta del programa Barranquilla cómo vamos. Los violentos se frotan las manos. Tienen a la gente y a las autoridades contra las cuerdas. Acorralados. Muertos de miedo. Entre risas, dicen que la ciudad ya se parece a Ciudad Gótica, pero que por aquí no se atreverá a aparecer ningún Batman. 

Garrotes para liquidar indigentes: mostrarían varios ejemplares de los manducos utilizados por celadores para matar a golpes a 15 o más mendigos para venderles sus cuerpos u órganos a estudiantes de la facultad de Medicina de la Unilibre. Al lado, un tanque de formol y una descripción detallada del infame procedimiento. Dirán que cobraban a los estudiantes $130 mil por cada cadáver, que un hígado costaba $30 mil y que un brazo, $20 mil. También contarán que el próximo año recordarán los primeros 20 años de esta emblemática y sistemática masacre.

La mano negra: armas de fuego, bates de béisbol, modelos de los carros utilizados (llenos de gente y lente oscuro, los describió Rubén Blades), mapas con las calles de la ciudad asoladas por miembros de organismos secretos de seguridad del Estado, que realizan la tristemente célebre “limpieza social”, asesinatos selectivos de prostitutas, travestis y consumidores de drogas, con las que intentan poner un ropaje benefactor a sus sanguinarias actuaciones.

Narcotraficantes: marimberos y coqueros, desde una luminosa presentación en Power Point, relatarán cómo pisaban perros callejeros con las llantas de sus camionetas Rangers en los años setenta, cómo se tomaban por asalto las fiestas familiares; revelarán sus artes mafiosas para comprar o extorsionar a los comandantes de la policía y de la antigua Segunda Brigada; sus alianzas con paramilitares y políticos; las técnicas para masacrar familias completas para escarmentar a los faltones; el atentado quirúrgicamente limpio: sin rastros, sin responsables. La lista es larga.

Pandilleros: contarán su triste historia, de cómo comenzaron como barras de amigos, de inofensivos esquineros que se enfrentaban a trompadas, a escuadrones de pálidos y sanguinarios adolescentes armados de machetes, escopetas y revólveres, que como una plaga desquiciada asola barrios y todo el suroccidente de la ciudad, llevándose por delante a adolescentes y adultos inofensivos, a mujeres inermes, traficando con todo lo que está al margen y escribiendo miedosas y trágicas páginas de dolor. Que se bautizan con nombres tan grotescos como lo que hacen: Los gallinos, Los grasa, Los 40 negritos, Los panela, Los paisas, Los tablitas y El taconazo, entre otros rótulos.

Paramilitares: ocuparían más de la mitad del stand de la ciudad. Tienen mucho que mostrar, no sólo por las cadenas de horrores con las que han ensangrentado la ciudad y la región. Superaron la capacidad de indignación y repudio que le quedaba a la gente. Sin embargo, merece un lugar en la historia universal de la infamia, la perla más escabrosa y más reciente que tienen para mostrar unos paramilitares de la región: el macabro sufragio que le enviaron al hijo del asesinado alcalde de El Roble (Sucre), Tito Díaz: “Usted no puede imaginarse el placer que nos da recordarle que por esta fecha, hace siete años, matamos a su papá... pero ese trabajo está incompleto. No nos hemos olvidado de usted, por el contrario, pensamos que su muerte debería ser lenta y dolorosa, mucho más que la de Tito. Saludos a su esposa, a su hijo, a sus hermanas y a su mamá” (Confidenciales de la Revista Semana del 11 de junio de 2011).

Fleteros: especie más reciente del bestiario violento, de la delincuencia común. Como una bestia ciega se ha llevado recientemente entre los cachos a dos mujeres notorias, la juez laboral Margarita de las Salas Bacca y la turista española Irene Cortés. Tal como la mayoría de los asesinos que ha parido la ciudad en las últimas décadas, tienen para mostrar que son indolentes, sanguinarios, dispuestos a matar ante cualquier resistencia de su víctima, incluso ante la sumisión. Temerarios, disparan a sangre fría.  

Sicarios: aunque nacieron en Antioquia, aquí han encontrado tierra pródiga. Expondrán allí sus perturbaciones y sus disloques. Su monstruoso vacío interior. Sus vicios. Su lugar en el nefando mapa de la delincuencia barranquillera. Sus artes de gángsters que dejan casi a diario muertos en las aceras o dentro de los carros. Seguramente, allí se ofrecerán a los visitantes (cazatalentos de redes internacionales de narcotráfico, hombres con el corazón tomado por la sed de venganza, grupos terroristas, etc.) como asesinos profesionales, para ejecutar golpes en cualquier lugar del país o del mundo. Contarán que ya hay en la ciudad escuelas que los reclutan y los preparan. 

Delincuencia común: tan antigua como la ciudad, hace su diaria contribución a la violencia callejera y clandestina. Alardearán de que son expertos en quitarles a otros los que les ha costado muchos años de esfuerzo, sudor y lágrimas. Que con refinamientos de carteristas de bus o con todas las brutalidades por haber, despojan a sus víctimas de celulares, dinero, joyas, ropas, zapatillas y carros; que pueden dejar en el ridículo la imaginación más hollywoodesca con el robo cinematográfico de un cajero electrónico completo sacado de cuajo; que los recorre la misma sangre fría de otros violentos, que no respetan pinta y que están dispuestos a cobrarle a la sociedad, cada vez que pueden, hasta que los maten, el haberlos excluido, el abandono en la pobreza, el no haber hecho nada por ayudarlos, por salvarlos.   

Hombres abusadores de mujeres y de niños: allí tienen que mostrar a hombres en apariencia apacibles, caseros, amorosos, que un día se enloquecen, ahogados por el licor, enceguecidos por los celos, y golpean salvajemente a sus mujeres y a sus hijos, en perfumados clubes sociales, o las asesinan a tiros en sus casas, o las apuñalan a la salida del trabajo. Crece esta modalidad, aunque la mayoría de los casos aún están en la oscuridad por el miedo de las mujeres, por la impunidad judicial, por el falso honor de proteger la integridad de las familias. También desfilarán por el stand, los sádicos del estrato seis al uno. Unos, los que tras la apariencia de empresarios, prósperos comerciantes, inofensivos tíos o serios padrastros, manosean, abusan y violan niñas y niños; y los otros, en medio de la pobreza, atormentados y castigados por su obsesión de violentar sexualmente a niñas, adolescentes, incluso a sus mujeres en resistencia.        

Monstruos solitarios: bajo rutilantes conos de luz electrónica se mostrarán las imágenes de esos solitarios criminales que un día han cometido un crimen horrendo que estremece la médula espinal de la ciudad. Entre ellos, el hoy redimido pastor que un día mató a trancazos a las hermanas Kaled; el enloquecido hijo que un día acuchilló espantosamente a sus padres; la distinguida señora que asesinó a su marido y lo enterró debajo de su cama; el recién capturado “sepulturero de las trinitarias” que hizo sus fechorías en Maracaibo; el llamado enfermero de las AUC que descuartizaba quirúrgicamente a las víctimas de masacres; el rico comerciante que persigue, acosa y en la madrugada de comienzo de año le mete dos tiros en la cabeza a su ex esposa. Aquí también la lista sigue y es extensa.   


Ricos y autoridades: muy pocos tienen las manos limpias. Son los que más han contribuido, por acción o por omisión, a construir el actual infiernito. Desde la legalidad, el comercio y la industria han hecho pactos con el diablo. Les han vendido el alma para mantener sus privilegios. Estimularon en la ciudad la aparición y la consolidación de narcos y paras. Se emborrachan con ellos, negocian con ellos, hacen política con ellos. No han hecho nada, aparte de enriquecerse, por acabar con la pobreza que padece la mayoría de los habitantes de la ciudad. Las autoridades, tanto civiles como militares, cada día más acorraladas, algunas hacen muy poco, lo que pueden. El monstruo es más poderoso que ellas. Ellas llegan y pasan. La hidra sigue.  

Publicado originalmente el 22 de junio de 2011

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