Heleno y Rebolo para un Salcedo no difunto (reseña)

Qué delicia leer la más reciente obra de Andrés Salcedo, El día en que el fútbol murió: Triunfo y tragedia de un dios. Esta novela-crónica o crónica novelada es una muestra del periodismo narrativo que ya Salcedo había desplegado en su obra anterior, Barrio Abajo: el barrio de donde somos todos.  Así mismo, es narrativa con el recurso o el gancho de lo periodístico, que en este caso es el excepcional futbolista y playboy brasileño Heleno de Freitas, que recaló en el Junior en 1950.

Aunque es interesante la historia de Heleno, por su carácter de personaje transgresor, gozón, patético, esta es la anécdota, el pretexto de Salcedo para contar una parte de la historia de Rebolo, ese entrañable barrio barranquillero, entre 1950 y 1960, que él rebautiza Rebollo en su relato, así como para confesar su propia vida durante esa década, en la que comienza como un niño de 10 años y concluye terminando la adolescencia con casi 20. Porque Miche Granados, el principal alter ego de Andrés Salcedo, es el mismo Andrés Salcedo, ese rebolero inmarcesible que nació allí en 1940, exactamente diez años antes de que Heleno llegara a Barranquilla y jugara con la escuadra juniorista en el gramado del mítico estadio Romelio Martínez.

En el desfile de personajes, lugares, imaginarios, costumbres, diálogos coloquiales y frenesí sexual, Salcedo reconstruye con maestría, detalles, juego lingüístico y humor, la primera década de la segunda mitad del siglo XX de Rebolo. En los capítulos sobre Miche Granados está, casi listo para filmarlo, el guion de una película del niño-adolescente, con su poderoso entorno. Es de verdad, también un trabajo de arqueología sobre Barranquilla, en el relumbrón de 1950 a 1960.

El día en que el fútbol murió…  rinde homenaje a Heleno, porque fue ídolo de Salcedo, porque fue como el mujeriego inmortal que los barranquilleros llevamos despierto en el corazón y la entrepierna. Pero no se trata del depredador callejero, sino el del playboy resplandeciente, el del dandi cotizado, ese hombre de buen gusto, seductoramente perfumado, coquetonamente vestido, montado en un auto último modelo, asiduo de finos restaurantes y casinos de pléyades, que busca mujeres bellas, finas, para seducirlas, acostarse con ellas y ahuyentar su insuperable soledad.

Si bien esta obra de Salcedo tiene incorporado el fuerte polo a tierra del periodismo, expresado en la certeza y realidad de Heleno de Freitas, en la historia de Rebolo, de Barranquilla, de la radio en la ciudad, el autor recurre a las finas hierbas de la literatura para sazonar su relato. Primero, se inventa otro yo para contar la historia de quien más él conoce, él mismo; segundo, toma prestado de El Quijote el juego en el que el autor se diluye entre el fracasado cronista bogotano que arriba en la década de los años noventa a Barranquilla tras la historia de Heleno, y el viejo Miche Granados, un setentón trastornado y apasionado por la historia y figura del excepcional futbolista brasileño.

Salcedo salpica de detalles relevantes sus descripciones, que son unas dinámicas e intensas postales, al mejor estilo de Proust. Y como si lo anterior fuera poco, se revela como un alumno aventajado de Cabrera Infante, cuyos enardecidos relatos de iniciación sexual de La Habana para un infante difunto, impregnados de jugos vaginales y épicas eyaculaciones, le dan aroma y sabor a la explosión glandular y a los rituales eróticos de los reboleros, entre ellos el tímido Miche Granados al comienzo de su brutal educación sentimental.

La evocación a Cabrera Infante no se queda en el fondo, sino que también desfila con deleite con las paronomasias y retruécanos que caracterizaron el estilo del escritor cubano, en su intento por imitar el ritmo sincopado del jazz. Ejemplos de las primeras son los nombres de los dos locutores en contienda permanente, Pilo Palacios y Bizco Bizconti, y en construcciones como “apático antipático”, “sonaba y soneaba”, “inquietos inquietantes” y “tan distantes y tan distintos”, entre otras.

Es una magnífica noticia para la literatura y para Barranquilla que Andrés Salcedo haya iniciado, aunque un poco tarde, su producción novelística, en la que en futuras obras seguramente seguirá desfilando la ciudad con sus riquezas y miserias, y la vida del autor en clave de ficción. 

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