La casa amarilla



Una casa amarilla está en la mitad de un cerro. Tiene una terraza de baldosas rojas y una verja metálica color tierra oscura. Colgadas, en materas o enterradas en el jardín entorno, relucen trinitarias o veraneras, cayenas, helechos, crotos y begonias. Casi desde el borde de la terraza comienza la pendiente del terreno en el que pequeños árboles de mango, naranja y limón le disputan el espacio a malezas, hierbas y rastrojos de todas las variedades.

Al costado izquierdo de la casa, donde está el acceso a la terraza y a la puerta principal, hay una explanada de tierra pisada en la que crecen irreductibles y triunfadoras, las cuerdas de esa grama invasora llamada Estrella o Guinea.

Por el mismo lado izquierdo, pero unos metros arriba de la explanada está el portón de acceso. Frente a él está la angosta vía veredal que remonta el cerro para comunicar la vía principal de la vereda con un camino peatonal que zigzaguea entre la montaña y lleva, como un atajo, hasta la cabecera municipal.

Desde la terraza se ve abajo la pendiente de unos cincuenta metros que se amortigua poco a poco para seguir en un tramo medio plano y surcado de ondulaciones, que luego sí da paso a una zona plana donde está el tajo del pequeño estanque hoy lleno de hierba y aire.

Al frente de la casa se ve, aún majestuoso, el valle de la región del Tequendama, por donde cruza abajo y muerto, pero lejos, el nauseabundo río Bogotá.

No obstante el cadáver, las laderas del valle son hermosas. Aún sobreviven, entre las poblaciones, los cultivos y las fincas de recreo, la vegetación autóctona, lamparones de bosque húmedo tropical y vertiginosos acantilados como altares de templos de hombres superiores.

La leve montaña en la que está la casa amarilla es como un rincón, un recodo o un cabo del valle que aquí se ensancha entre lomas tapizadas y tramos arborizados.

Crecen fáciles por aquí los árboles frutales, sobre todo los cítricos, y los maderables. No hay un cultivo líder, pero cuentan que, tal vez, cien, ochenta o cincuenta años atrás, allí se cultivaban la caña de azúcar y el café, y que la industria panelera tuvo fuerte arraigo.


Vereda Zapata, La Mesa, 3 de abril de 2010


  

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