Los aviones, ese sueño de Ícaro


Qué preciosos son los aviones. En el aire como en tierra. Diría que perfectos. Sus líneas precisas, la contextura tubular de su cuerpo, la majestad de sus alas, el garbo de su alerón trasero, en fin, su reto excesivo a la imaginación y a las leyes de la física.

Estacionados en el aeropuerto, parecen aves en reposo, balas inofensivas.



Me gustan mucho sus trenes de aterrizaje, sus llantas pequeñas, quizás demasiado diminutas para rodar semejante mole de metal, plástico y aire.

Por sus ventanillas se filtra siempre un misterio. Desde el exterior nunca se vislumbra el miedo que silencia y entierra en las abollonadas sillas a sus furtivos ocupantes.

La parte delantera tiene un encanto especial. La punta aerodinámica es el inicio del milagro de volar.

Llaman mucho mi atención las portezuelas, dispositivos, rejillas, válvulas, orificios y demás intersticios de su fuselaje, que hacen de ellos unos seres vivos con cavidades, órganos y carnosidades.

También tiene el jet la prepotencia del tiburón solitario. No es casual que aquel, por forma y disposición, tenga las aletas de este. ¿Acaso la cola de los aviones no es más que un símil metálico de la aleta trasera de estos escualos?


Tanto como los aviones, es fascinante su ámbito. Los aeropuertos tienen un frenesí mágico, un trepidar intenso de factoría de sueños.

De aquí para allá cruzan por el playón de la plataforma de parqueo, técnicos, vigilantes uniformados, azafatas, pilotos de negro y vivos dorados arrastrando su carrito colgado de una mano; carritos que remolcan a los de los equipajes, camiones que proveen de alimentos y bebidas a los aviones, cisternas que cruzan raudas, que son extraños vehículos como plantas de energía rodante.

Otorga también un halo extraño a la planta física de los aeropuertos, los puentes de abordaje, esa especie de cordones umbilicales que como fuelles se adosan a las puertas de los aviones.

Pero la verdad es que los reyes de los aeropuertos son los aviones. Toda esta infraestructura existe por y para ellos, que no pueden vivir en otras circunstancias. Es la parafernalia del progreso, de la tecnología. El sueño vivo de Ícaro. Sueños que vuelan más cerca del sol, pero a los que, por fortuna y por la ingeniería, no se les derriten las alas.



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