Los reyes que no lo son
Donaldo Donado Viloria
Anoche vi la película Los reyes del mundo, de la cineasta antioqueña Laura Mora. Su sentido central es el consabido maltrato, la exclusión y la violencia ejercida entre ellos y por los hombres adultos contra los niños y jóvenes pobres paisas. Ya los había mostrado muy bien Víctor Gaviria en Rodrigo D y en La vendedora de rosas.
El título, sin duda, es un sarcasmo. Los cinco niños-jóvenes que protagonizan esta película de carretera no son reyes de nada. Quizás de las calles de Medellín, en donde viven como pueden, sin reglas y sin límites. De allí salen rumbo a Nechí, en el bajo Cauca antioqueño, donde supuestamente uno de ellos, el mayor, Bryan, tiene derecho a una parcela restituida por un juez, herencia de su abuela, que en el pasado fue desterrada por algún grupo armado. Bryan se va con sus cuatro amigos, porque considera que son su familia, y que esa tierra pleiteada, luchada, será el reino en el que podrán al fin tener una vida digna, plácida.
Los cinco protagonistas, que luego son cuatro, cuando gamonales paisas, en el camino los atrapan y golpean, y asesinan al único que es negro, no están bien desarrollados, en cuanto al guion se refiere, les falta consistencia, humanidad. En la historia se conoce el presente de ellos, pero hay poco contexto, ninguna intimidad relevante, particular. Más adelante solo son tres, porque uno de ellos, desaforado por la ambición de quedarse con la parcela a la que van en busca, primero intenta robarle a Bryan los manoseados documentos que sustentan la propiedad de la tierra heredada, luego regresa al grupo, y su ánimo pendenciero lo enfrenta cuerpo a cuerpo con Bryan, y en el forcejeo con un puñal, muere por una herida en el abdomen.
La debilidad del guion de Los reyes del mundo también se manifiesta en secuencias o escenas que sobran, lo que le roba contundencia al relato. Sin embargo, me conmovió la escena de dos ancianos que viven en una casa ruinosa, abandonada, en la esplendorosa tierra caliente. Las imágenes del interior harapiento de la casa son de una elocuente poesía, que se complementan con la condición de fantasmas del pasado de los dos ancianos, que orientan a los tres protagonistas en dirección a la parcela, que está a pocos pasos.
También rescato la, por momentos, buena fotografía de la cinta, por cuidada, primorosa, penumbrosa. La dicción o modismos paisas, en algunos pasajes de diálogos o de voz en off, nos juega malas pasadas a los espectadores. En definitiva, son incomprensibles. Solo queda la posibilidad de suponer, de imaginar.
El final es muy a la colombiana. Los protagonistas se encuentran de narices con un reino de abandono, desesperanza y violencia. Los lacayos de una empresa minera, de índole ilegal y depredadora, vecina de la parcela soñada como reivindicadora, resuelven, como es costumbre en los territorios de nadie, que son comunes en la vasta geografía de este descuadernado y mal gobernado país.
Bogotá, 19 de octubre de 2022
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