Carta a la señora Olga Genes

La señora Olga Genes.


Querida señora Olga:


Un torrente de imágenes desfilan por mi cabeza cuando recuerdo los diversos momentos que compartieron en el pasado nuestras familias, sobre todo cuando los hijos aún éramos niños, adolescentes, incluso adultos. Son imágenes cálidas, intensas y fraternales con las que algún día me iré a la tumba.

Señora Olga, nunca olvidaré la entereza con la que usted enfrentó los momentos más difíciles y dolorosos de su matrimonio, de la crianza de sus numerosos hijos, varios de ellos mis amigos inolvidables, como Gabriel y Pedro Nel.

Sin embargo, una persona que destacó siempre entre ustedes fue la venerable y querida señora Modesta, modelo de mujer y ejemplo como ser humano. Sin duda, siempre estuvo sintonizada con los mejores sentimientos y valores del género humano, que desafortunadamente en nuestro país muchos de ellos han caído hoy en desgracia, por el vacío existencial, el egoísmo, la ambición desmedida, la falta de sentido, la mentira y la apariencia, el culto al dinero y otras plagas que nos azotan.


La señora Modesta baila con su nieto Gabriel Mesa.

Porque si en estos tiempos tan confusos todavía se puede hablar de santidad, hay que pensar en la inolvidable señora Modesta, una auténtica matriarca paisa que se echó a sus espaldas toda una familia, conformada por una hija abnegada y ocho nietos, para sacarlos adelante. Incluso, en un momento determinado, para no dejarlos morir de hambre. Estos recuerdos que viví aún niño, me llevaron a admirarla y a respetarla profundamente.

No podré olvidar jamás que con sus rezos y devoción ayudó a revivir a Rosmery, mi hermana menor, cuando aún niña casi desfalleció en los brazos de mi mamá a causa de una extraña enfermedad.

Tampoco, que usted fue “la profe” que le enseñó con amor las primeras letras y los números a Douglas, mi otro hermano, quien desde entonces también estableció una particular comunicación con la señora Modesta que desde el fondo de la casa, sentada en un mecedor bajo el resplandor de la puerta del patio, seguía, sobre todo con el corazón y el oído, el curso del aprendizaje de sus alumnos, entre los que estuvo Douglas.

Es más, me atrevería a asegurar que algo tuvo que ver la señora Modesta con la vocación religiosa de Douglas, con su disposición a la fe católica, al rezo y a su consagración al más allá.

Otra recuerdo inolvidable es más reciente. Sucedió hace cerca de 15 años, cuando tuve la mala suerte de ser víctima de extraños problemas de salud, que me llevaron a ser hospitalizado y operado en dos ocasiones a causa de unas hemorragias intestinales que por poco me mandan al barrio de los acostados.

Entonces, una tarde luminosa apareció en mi cuarto de la casa de La Victoria, donde convalecía de las operaciones y tratamientos de recuperación, casi cadavérico, la señora Modesta. Me llevó un poco de rezo, y una balsámica bebida llamada “caspiroleta”, que hizo con sus propias manos, a partir del maíz y otros ingredientes, para ayudarme a recuperar la sangre que había perdido a causa de las fulminantes hemorragias que padecí.

Siempre la percibí como una mujer bondadosa, generosa y maternal. Casi como una abuela amorosa. Fueron la prudencia, la sencillez y la humildad, rasgos que la caracterizaron y la hicieron para mí un ser humano muy valioso, importante e inolvidable.

En los últimos años, la recuerdo lúcida y vital, siempre llena de apuntes de fino humor, a pesar de los estragos de la vejez, sobre todo de la perdida de la vista y de otros achaques inevitables.

Señora Olga: no quise enviarle un impersonal y frío sufragio para darle mi sentido pésame. Sólo sentí la necesidad de escribirle estas líneas para contarle la imagen que llevo en el corazón de su querida y desaparecida madre, una mujer que con seguridad descansa en paz, porque a su paso por la vida cumplió con creces con ella misma y con los demás.

Así mismo, he querido con estas líneas enviarle mi solidaridad, en compañía de mi esposa María del Pilar, en este aciago momento de dolor y tristeza, tanto a usted como a Mario, María Eugenia, Gloria, Gabriel, Cecilia, Lilia, Pedro Nel, Victoría y demás allegados y familiares.

Finalmente, le digo lo que pienso en este momento: la señora Modesta jamás morirá, porque continuará viviendo en nuestros corazones y en todo lo que nos enseñó y que nosotros, los que la conocimos y la quisimos en vida, consciente o inconscientemente, hemos ido transmitiendo a los demás: la alegría de vivir a pesar de las adversidades y las limitaciones materiales, el respeto a los demás, la bondad como respuesta a la maldad y el odio de los otros, la humildad como una bofetada a los ilusos y pretensiosos, y la fe como arma clave para enfrentar los duros embates de la existencia.

Por último, le enviamos un fuerte abrazo y nuestros mejores sentimientos. Ahora más que nunca seguimos siendo de una misma familia, de un mismo sentimiento, de una misma y sincera amistad.

Hasta otra oportunidad.

Donaldo


Bogotá, D.C., 5 de mayo de 1998


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