El autodidacta y el aprendizaje virtual (comentario)


Aprender por Internet tiene el encanto de una cita a ciegas. Pero este encuentro exige que las personas que buscan conocimiento a través de la tecnología de la informática hayan cultivado y alcanzado algunas calidades humanas y éticas principales.

Entre las humanas están: poseer una curiosidad insaciable; ser un buscador; tener la capacidad de buscar conocimiento por sí mismo, por su propia iniciativa y sentir la alegría de aprender. Estas son las fortalezas del autodidacta.

El autodidacta es una persona que ha desarrollado la capacidad de bucear entre toneladas de información y vislumbrar desde lejos y oler de cerca, lo que le sirve y le interesa entre la marea revuelta de un océano de saberes.

Para bucear con destreza en ese mar proceloso es menester foguear durante días que unos tras otros son la vida, el análisis, la síntesis, la lectura rápida y la intuición, Sí, la intuición, esa facultad con la que venimos al mundo todos los seres humanos en mayor o menor medida, que nos permite vislumbrar la luz, la verdad, en medio de las penumbras de la ignorancia y del miedo; pero facultad que unos desarrollan más que otros, gracias a su ejercitación constante y a la confianza en las capacidades mágicas innatas del ser humano.

Todas estas calidades del autodidacta se aprenden en la universidad o, simplemente, en la vida. No es específica de una o de otra; aunque la primera permite aprenderla de manera metódica, funcional, en la segunda se alcanza por dos vías: la del placer o la del sufrimiento; tal vez hay una tercera: la combinación de las dos anteriores, la vía más cercana a la realidad.

Considero que es un autodidacta movido por el placer, el escritor que en su cueva o en su torre adquiere toda la cultura literaria posible mediante la lectura sin tregua de lo mejor de la literatura universal; al mismo tiempo, cuando aprende las técnicas de la escritura, crea y pule su propio estilo, desarrolla habilidades de investigador, imagina y concreta su universo creativo y reflexiona sin cesar sobre el hombre, su historia y su circunstancia, a través de la escritura solitaria, dedicada y constante.

Mientras que es un autodidacta movido por el sufrimiento, por ejemplo, el comerciante pragmático que a punta de trabajo forzado logra levantar su propia empresa, pero que un día se acuesta próspero y feliz, mientras al siguiente despierta arruinado por cambios súbitos del mercado, o por decisiones financieras equivocadas o por movidas siniestras de sus socios, lo que lo obliga a aprender por su cuenta saberes, habilidades y destrezas de su oficio, para que el dolor de la ruina no se le vuelva a repetir.

Para complementar el aprendizaje virtual es necesario un complemento ético. El autodidacta debe ser honesto con los medios y métodos que utiliza para buscar el conocimiento. Sabe que si no lo es, el único engañado es él mismo.

Su compromiso es llegar al fondo del saber, de la inquietud que le roe el corazón o la conciencia. En esto es radical. Si no, se queda planeando sin rumbo en el aire enrarecido de lo superficial, de lo mediocre.

También debe estar apalancado por una inquebrantable voluntad de trabajo, porque a veces la curiosidad no es suficiente. El autodidacta no tiene ni se da tregua. Su vocación es la vida, aprenderla toda, íntegra.

Pero como la voluntad de trabajo no puede estar sometida a la visita de las imprevisibles musas, a las inexorables variaciones del clima, ni a los vaivenes de la economía, optar por la disciplina, ese músculo del espíritu que con la reiteración sin fin templa la voluntad, es una decisión certera de un autodidacta verdadero.

Con todas estas cuerdas templadas, el autodidacta interpreta la pieza que le pongan al frente. No importa si es en una biblioteca robusta o con un palito hurgando sigiloso un hormiguero o con un computador en red. Él busca el conocimiento donde esté.

Sin duda, el aprendizaje virtual es otro campo de acción. Los autodidactas ante él se frotan sus manos y sus ojos relampaguean, igual que los contemporáneos de Gutemberg cuando supieron que él había inventado la imprenta con todas sus posibilidades y riesgos.

Aunque toda tecnología, al lado de sus beneficios indiscutibles, trae sus desventajas que suscitan desde miedos y hasta terrores, porque plantean y provocan cambios interiores y exteriores, tarde o temprano se imponen por la fuerza de sus certezas y por el bienestar y el progreso que irradian. Desde los tiempos en que apareció la rueda ha sido así. Lo que debe preocupar no es tanto los temores que estimula cada nuevo invento, sino por qué el hombre sigue reaccionando igual que hace cinco mil años ante cada nuevo adelanto de la técnica.

Si el mayor obstáculo para el aprendizaje virtual es que no me permite alternar con otras personas como en un aula convencional, así mismo no he tenido necesidad de hablar o compartir con García Márquez para aprender con él, disfrutar su maravilloso universo creativo, sentirme triste o alegre al leer sus novelas, incluso para saber o adivinar cómo es él.

Lo mismo sucede con los contactos que establecemos con personas a través del computador en red, con el que nos enredamos con personas que no conocemos por medio de los sentidos, pero que vislumbramos, adivinamos, imaginamos y armamos como un delicioso rompecabezas a partir de los ripios, jirones y migajas que logramos entrever en lo que nos expresan de manera directa en una comunicación formal por Internet.

Y en un momento, quizás más allá de ese convencional intercambio de información, si lo que suponemos o imaginamos de ese(a) interlocutor(a) sin rostro, inodoro(a), inaudible, mueve nuestro interés humano, tenemos la posibilidad de invitarlo(a) a un café en una cita a ciegas y, de pronto, iniciar una amistad o un romance perdurables o no. Lo que más acá de la fama solo mediante los libros no podríamos hacer con García Márquez.

       


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