En la casa (comentario)


Una vez más un cineasta francés da una lección de buen cine, a partir de un excelente guion, en el que cuenta una historia en apariencia normal, porque está protagonizado por personajes normales, muy comunes y corrientes. Pero la historia termina por no ser normal, a pesar de las locaciones, del vestuario y de las actuaciones, todas acordes con la aparente sencillez del relato.

Se llama En la casa (2012) y es la más reciente producción de Francis Ozon exhibida en Colombia. Está construida sobre un magnífico guion escrito por el mismo Ozon, basado en la obra de teatro El chico de la última fila, de Juan Mayorga.

Germain, un clásico profesor de colegio de literatura francesa, luego de evaluar una tarea acerca del relato de lo realizado por cada uno de sus alumnos el pasado fin de semana, descubre que uno de sus estudiantes tiene un talento particular para escribir, al narrar sensaciones, escenas e imágenes de la visita realizada por él a casa de su mejor compañero de clases, Rafa, un adolescente de clase media, común y corriente, con serias incapacidades para las matemáticas. A partir de este descubrimiento crece, florece, fruta y muere esta película.

Sin entrar en detalles sobre la historia, me permito decir que es un banquete para cualquier voyeur hambriento de curiosidad por la intimidad ajena, porque Claude, el escritor adolescente, husmea en los rincones de la casa de Rafa, escucha las conversaciones de los padres de él, imagina lo que no alcanza a ver y se involucra, todo por contarle a su profesor de literatura una especie de crónica o novela por entregas diarias escritas a mano como trabajos colegiales de la clase se literatura francesa.

Es, al tiempo, esta película otro banquete para los gustosos de la literatura, porque a medida que Claude fisgonea, Germain le da claves, consejos y órdenes para que narre mejor, resultando en ocasiones el joven narrador asestándole fuertes sorpresas dramáticas a su dómine y a los que estamos a este lado de la pantalla.

Hay momentos en los que el guionista utiliza uno de los recursos narrativos magistrales de Woody Allen, en la que el alter ego de uno de los protagonistas se aparece de forma imaginaria a dialogar o discutir con él, en medio de un encuentro o un beso con otro personaje de la historia. En estos instantes, la película se convierte en un auténtico deleite cinematográfico.


En otros pasajes, Claude se imagina al pie de dos mujeres maduras y atractivas, la mamá de Rafa y la esposa de Germain, mientras dormitan reclinadas en sofás de sus respectivas salas, él las observa con ojos ávidos de enamorado, y con papel y lápiz en mano las va pintando con palabras como si fuera un pintor renacentista ante una madona recostada de lado entre cojines.

Con excepción de una rocambolesca ruptura matrimonial sucedida al final de la cinta, el resto de las piezas narrativas que la conforman encajan limpias y completas, suscitando en el espectador la sensación de estar digiriendo un perfecto y sabroso bocado cinematográfico.


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